Justo a tiempo, ni un minuto antes ni uno después. Llegué
soltando arena por todos los rincones y al abrir la puerta me encontré que se
había armado la gorda ¿Vieron cuando en las películas detienen una imagen, así
como congelada? Bueno, yo como si fuera una directora de cine detuve en mi
retina la siguiente escena: Abuelito estaba abrazando a Paula y con la mano derecha
le estaba tocando el culo; la mano izquierda se desplazaba en dirección
opuesta, como frenando algo que ineludiblemente viene a colisionar. En el
extremo opuesto a la mano, quien colisionaba era Tino, que exhibía todos los
dientes abiertos y amenazaba con cerrar la boca dejando en su interior varios,
o todos, los dedos de mi italiano
antecesor. Las caras eran un conjunto de ojos desmesuradamente abiertos por la
sorpresa o por la rabia, dependiendo del abuelo en cuestión. En la radio sonaba
una canción melosa latina que repetía “Ohhh, no es amor, lo que tu sientes se
llama obsesión”, que como música de fondo no estaba mal aunque la encontré un
tanto pegajosa y sensual, quizás más adecuada para el día que Abuelito se iba a
casar con Carla, por ejemplo, antes de que le informaran de la existencia del
pene en su amada carioca. No sé qué había en la olla a presión en la que habían
empezado a cocinar, pero la válvula giraba como loca y la cocina se cubrió de
un aroma estupendo, tanto que a algún observador casual le hubiera parecido que
Tino intentaba morder preso de un apetito descomunal generado por tan exquisito
olor a comida. Al parpadear, la escena se descongeló, la válvula largó un
chorro de vapor estridente, el latino seguía moviendo las caderas de la
obsesión musical repetida y Tino lograba meterle un mordisco salvaje a
Abuelito, el cual gritó más fuerte que la válvula, soltó el culo de mi abuela,
que cayó, a su vez, sentada del susto. Las cosas no pasaron a mayores porque la
dentadura de Tino se desprendió y fue a parar a una fuente de fideos con tuco.
A esta altura se mezclaban insultos en italiano, en español y en argentino. Y
al final pararon la hecatombe cuando se dieron cuenta de que yo había entrado y
que entre mi pelo flotaban y resbalaban unos cuantos fideos que habían sido
expandidos de la fuente por la colisión con los postizos de Tino. El silencio
relativo se rompió con la risa de mi hermanito, que aplaudía entusiasmado como
si estuviera viendo una obra de teatro o una escena de sus dibus preferidos.
Pero yo sabía que era una crisis familiar y
reaccioné rápidamente, me limpié los fideos de la cabeza, agarré a Tino
de la mano y me lo llevé de paseo. Me iba a tener que explicar muchas cosas que
desconocía pero que me podía imaginar, Paula estaba franealeando con Abuelito y
eso era intolerable.
Nos fuimos caminando y él rompió
el silencio enseguida:
—¿Vos viste que le estaba tocando
el culo a la abuela ese italiano de mierda?
—Yo lo que vi es que se lo estaba
tocando y ella se lo dejaba tocar, pero no te preocupes, lo primero que vamos a
hacer es ir a una playa especial para que te tranquilices y para que luego
podamos contar lo que hicimos, ¿viste?, vos seguime que yo sé cómo proceder en
estos casos —le dije toda agrandada, repitiendo frases que había oído en la
novela de las tres—. En estos casos lo mejor es poner distancia para tomar la
decisión adecuada
No dimos ni diez pasos que lo
encontramos a “Él”. A lo mejor estaba presentando una obra de teatro, a lo
mejor estaba descansando de la filmación de su última peli. No lo sé. Solamente
sé que perdí la noción del tiempo del espacio y del decoro. La voz de Tino se
perdió a lo lejos, diciendo no sé qué de abuelito y Paula, pero yo solo tenía
ojos para enfocar esos ojos verdes increíbles y esa sonrisa inolvidable. ¿Nunca
les conté que me lo encontré por la calle?