jueves, 21 de agosto de 2014

¡Cuidado con la nena! El cuento y los deberes de las palabras prohibidas

Soy una super heroína. Tengo capa roja que vuela al viento, un body ajustado con lentejuelas de colores y un par de lolas que apuntan hacia los enemigos como si fueran armas de diseño a punto de disparar. Abstenerse de confiar en mi cara de buena; soy temible y justiciera y transito por las calles con mi mascota Ofuscado.
Mi querido Ofuscado en un felino de alto nivel, con los dientes más afilados del mundo y un pelo bárbaro, color fuego. Somos socios en la lucha contra la injusticia. Claro, he de aclarar que en algunas oportunidades actuamos por celos, rencor, amor-odio o simplemente mal humor.
Sin ir más lejos, el jueves por la tarde tuve que limpiarle los restos de saliva leonina a mi psicólogo de su sien izquierda y su ojo derecho (con referencia al izquierdo sólo puedo decir que le faltaba, y tengo mis dudas de que haya podido formar parte de la merienda de Ofuscado), y fue simplemente porque habíamos tenido un día complicado.
Para ir a terapia tuvimos que caminar por calles que parecían tomadas por gente en cámara lenta en algunos casos, y en otros por peatones que habían perdido la coordinación de los movimientos, ya que de golpe paraban, o giraban mirando el infinito, o peor aún, arrancaban en una marcha interrumpida como si tuvieran el mal de San Vito. A Ofuscado esto le pone de muy mala baba, y a mi me desespera. Luego subimos a un colectivo lleno de pasajeros gritones e irrespetuosos. Un señor amargado le pisó la cola a mi amigo y yo tuve que contener el despliegue de mi actitud justiciera porque llegábamos tarde. Eso sí, Ofuscado se tiró un pedo en medio del colectivo y nos sentimos mucho mejor. La gente opinó diferente, por sus rostros color mostaza descubrimos que un buen pedo a veces es la solución óptima.
Al doblar la esquina y llegar al parque que cruzamos para llegar a terapia encontramos a Damián, que se quedó boquiabierto al vernos tan poderosos y atractivos. Y al segundo, apareció la coneja pelotuda con dos helados de dulce de leche y chocolate. ¿Que cómo sé qué sabores de los helados traía? Porque dimos un salto hacia ellos y los dejaron caer al suelo, huyendo despavoridos y cobardes, y entonces pudimos rescatar los heladitos sacándoles algunas hormigas y hojas secas que se les habían pegado en la parte superior del cucurucho. Pero mi ánimo distaba de mejorar por el robohelado; casi hubiera preferido que Ofuscado se comiera a la divina y me dejara un ratito a solas con Dami.
Mientras barruntaba estas ideas y nos acercábamos a nuestro destino, vimos a tres adolescentes que le pegaban a un perro peludo precioso. En dos zancadas los rodeamos, y con un rugido ensordecedor de Ofuscado dejaron al peludo, se quedaron con los pantalones caídos, se mearon encima y entre llantos y mocos que se entremezclaban con sus granos purulentos de adolescentes imberbes con cerebro inútil y almas emponzoñadas, pidieron por favor que los dejáramos marchar. He de confesar que fue inevitable darles varias trompadas con la intención de acomodarles la neurona y para descargar la rabia. Ofuscado me miraba con atención, asintiendo con su regia melena rojiza y mostrando sus colmillos afilados al sol, como avisando  al mundo de nuestro poderío infinito.
Finalmente, al entrar a terapia, el pelado me dijo aquello de “palabras prohibidas” como parte de mi trabajo. Así que cuando Ofuscado se le tiró arriba con las fauces abiertas  de par en par, rugiendo leonino perdido, me fue imposible decirle: “¡No!” ...ni siquiera un tímido “Pero qué estás haciendo, pará”, porque yo, que soy muy obediente, me tomé al pie de la letra mis deberes.
Así que, el jueves, después de una tarde difícil, le tuve que limpiar las babas de Ofuscado a mi psicólogo tuerto, mientras mi mascota ronroneante digería su merienda . Y todo por ser una nena aplicada.