viernes, 17 de octubre de 2014

¡Cuidado con la nena! La guerra entre cacerolas.

La guerra estalló al día siguiente y fue por la comida. Abuelito italiano quería hacer pasta fresca al estilo de la nonna y Paula quería preparar unas migas. No sé en qué pensaban, porque durante el día el sol calentaba  y nos colocaba a unos 38 grados, y tanto las migas como la pasta estaban muy ricas, pero en invierno, no en pleno verano austral. Parecía que la estación del año la tenían configurada allá, en Europa, y de ninguna manera el calor y la humedad nuestros conjugaban con los platos hipercalóricos que se empeñaban en preparar. La discusión fue elevándose lenta pero segura, y lo que al principio parecía un lucha de poderes entre cacerolas, fue revelando un atrincheramiento personal de lo más intenso. Por supuesto que, aún pudiendo ir a la playa o a jugar al patio, preferí quedarme a ver la guerra civil que se había declarado en la cocina:
—Ma, usted signora no sabe niente de cocina, si me permite, io cucino la pasta al dente y con amore le dico, que suo plato quedará a la altura de le caviglie ¿Cómo se dice? Eh, má, sí: tobillos —dijo Abuelito sacando unos tomates perita de la heladera y poniendo la olla a hervir.
—¿Me está diciendo que usted cocina mejor que yo? Veo que está entrando en la demencia senil, ya no solamente se cree un chef sino que anda con jovencitas, ¡qué digo jovencitas, pendones! ¡Apártese! —dijo mi abuela repila, mientras se arremangaba y empujaba con el culo toledano a Abuelito— Mejor que vaya a Río de Janeiro, que aquí en Mardel no va a encontrar joyas como Carla… triunfas que se aprovechan de abuelos verdes.
—¿Vecchio, io? ¿Demenza? A lo mejor es que usted se aburre y me envidia, Carla era una molto buona, una bella regazza, la nostra relacione se rompió porque tenía cazzo…eh, como se diche: pene!
—Qué vergüenza, mire que está la nena escuchando. Nena —me dijo mi abuela señalándome por la ventana la dirección de la playa—, bonita, por qué no te vas a dar un paseíto por la arena, con el día lindo que hace.
—Porque quiero escuchar lo que dicen, así aprendo —dije, dando vueltas por la cocina.
—Nena, andá, hacele caso a tu abuela y salí a dar un paseíto —dijo Abuelito dándome un billete de veinte pesos.
—No seas agarrado, con veinte pesos no hago nada, dame cien y te prometo que me voy.
—Ay, stronzetta, me has salido de la mafia, do venti piu y no voglio vedere tutti nel pomeriggio —dijo Abuelito sacando otro billete del bolsillo.

Al salir con mis cuarenta pesos me encontré con Tino y le conté que Paula y Abuelito se estaban peleando. En su cara apareció un gesto que al principio no reconocí, pero luego, caminando por la orilla del mar y comiendo un helado de dulce de leche lo identifiqué. Tino me había mirado entre bizco y enojado, con los ojos entornados y un rictus en la boca que se le torcía dirección Chile; las cejas se le habían casi encimado formando como un cepillo frontal y me habló poco, cosa rara en él. Era el mismo gesto, la misma cara que había visto más de una vez reflejada en un espejo o en un cristal de una puerta al pasar. Pero no cualquier día o en cualquier momento; no. Era la misma cara que se me ponía a mí cuando veía a Dami con la pelotuda dientes de coneja. ¿Por qué Tino se había ofuscado? Iba a tener que empezar a averiguar qué se cocinaba en mi familia, aparte de la pasta al dente y las migas.



2 comentarios:

  1. Pues me están apeteciendo unas migas con torreznos, pero voy a esperar a mañana, que han dicho que suben las temperaturas...
    Mmmmm... la nena afila los dientes de nuevo ;)

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  2. Próximamente, mordiscos, en las mejores salas...

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