viernes, 7 de junio de 2013

Requiescat in pace

Sé que no esperas ésta carta. Es lógico.
Pero necesitaba explicarte un par de cosas. Porque ésta carta, querido, es el comienzo de tu final.
He estado recordando y repasando mis últimos tiempos y no puedo entender como fui tan necia.
Estaba en lo cierto la gente que me quería, las pocas veces que me pudieron ver, ellos me avisaron que no eras normal, pero yo estaba enamorada, ciega. Ahora he oído que me han definido como dependiente emocional. Dependiente. Y emocional. Casi me da risa repetirlo, pero no puedo reír.
A ellas tampoco las perdonaste, tus chicas, como les decías. Tus prostitutas. Las que disfrutaban de tus juegos diabólicos entre las sábanas, los juegos que me obligabas a ver, a presenciar, atada.
Cada dolor que he sentido, en el cuerpo o en el alma, te lo haré pagar. Te esperaré, seré paciente. A ellas ya las has castigado tú, pobrecillas, ya sabía que les duraría poco el circo romano como espectáculo. Aún recuerdo la cara de la Rubia en el coche, viendo lo que me hacías. Ya era tarde. Lo supo en aquel momento, ni antes ni después. A saber de dónde vendrían, a que otros tarados habrían conocido. Te encontraron tan encantador al principio, casi tanto como yo.
Pero yo, en algún momento te quise, renuncié a todo lo que me pediste que renunciara, dejé mi trabajo, probé la coca para estar en el mismo viaje, renuncié a los míos. Renuncié a mi dignidad poco a poco. Renuncié incluso a ser salvada. Porque cada paliza que me diste, era un preludio.
Ahora recuerdo una tarde de invierno, una tarde que estabas sereno, que las drogas y el alcohol no te habían cegado todavía, recuerdo que le dijiste a Manuel, tu cuñado, que te daba miedo morir e ir al infierno. Te daba miedo el infierno, pero lo escenificabas cada día con nosotras, conmigo.
Por eso, querido, ahora te juro que te voy a esperar. Porque ahora sé, que no todo acaba cuando todo acaba. Ahora he descubierto que hay un poco más. Y me han dado carta blanca. Así que antes de morir, yo estaré a tu lado, te soplaré tu sombra para que el sol te calcine en su reflejo, te cargaré de peso las piernas para que tu espalda se doblegue, te cegaré los ojos y te haré escuchar los gritos de tu sufrimiento futuro. Eres nada. Pero aún así sentirás lo que yo sentí.
Te lo prometo. Te prometo que esperaré. Aunque no me puedas ver, sabrás que estoy al lado. Porque lo que respires será el olor de la muerte. Disfrutaré expandiendo la ponzoña que sembraste en mi alma, te la serviré cada noche y cada mañana, como alimento. Descubrirás, como yo lo hice, que la muerte no es lo peor del camino. Pero algún día morirás. Y yo estaré ahí esperando.
Y cuando te vea llegar, te acompañaré a las puertas de tu lugar preferido, como tantas y tantas veces hicimos. Solamente que ésta vez, será eterno para tí. El lugar al que pertences.
El infierno.

2 comentarios: