miércoles, 12 de febrero de 2014

Muma

Al principio cuando me tocó quedarme con Muma toda la semana me puse contenta. Fue de a poco que me di cuenta de que no era lo divertido que yo había creído. Tenía que llevarla de la mano a todas partes o cargarla en brazos. Hacía calor y me transpiraban las manos y su pelo se pegaba a mis brazos mojados. Un asco. Luego, esa costumbre de sacarse fotos en todas partes: fotos con Muma en un jardín, con Muma desayunando chocolate y galletas, fotos con Muma en la calle. Ella siempre salía con los ojos abiertos, con esa expresión de no estar presente. Era un bodrio. Lo primero que pensé fue dejarla abandonada en un banco del parque, pero cuando me intentaba alejar siempre aparecía una vieja estúpida que me alertaba de mi descuido. Ese era otro tema, la gente con sus sonrisas bobas diciendo pelotudeces de Muma y de mí. No sabían nada de nosotras, pero opinaban sobre cómo íbamos arregladas o cómo deberíamos comportarnos. ¿Por qué la gente no se metía en su vida?
Yo me limitaba a sonreír dulcemente, para que nada de lo que pensaba pudiera quedar a la vista de los demás. No me podía arriesgar a que adivinaran cuáles eran mis planes.
Ya lo había decidido, era imposible seguir con mi vida de aquella manera, había perdido mi libertad de movimiento. Antes podía divertirme, sin embargo ahora me sentía ahogada por la presencia continua de Muma y el peso de la responsabilidad.
Es verdad que al principio me parecía agradable su cuerpo cálido y blando entre mis brazos y su silenciosa aceptación de mis caprichos. Nunca se quejó, pero yo sabía que prefería estar con Karen Bertuchelli, y solamente por eso, el odio fue creciendo en mi interior. Karen era la mejor en todo. Karen era la más divina. Karen era un boluda a la que no soportaba, y Muma era tan boluda como ella.
Y esa misma tarde, cuando subía en el ascensor, decidí matarla, descuartizarla.

Se abrieron las puertas metálicas del ascensor en el hall de mi edificio. Detrás de mí subieron los del cuarto C. Unos pesados bárbaros. Y cuando las puertas se cerraron dejé la cabeza de Muma adentro y el cuerpo fuera. Los pesados del cuarto C le dieron al botón del 4, yo di un fuerte estirón, y un mundo de trapo y de algodón estalló junto con mi llanto simulado. Por dentro mi sonrisa era más grande que una tajada de sandía.
Claro que tendría que escuchar las arengas de la irresponsabilidad y de la falta de cuidado, pero qué más me daba. A la semana siguiente le tocaba a Karen cuidar de Muma, ya la imaginaba llorando cuando viera el destrozo del accidente.
Había una diferencia muy grande entre cómo era yo ahora y cómo había sido antes.
Todo empezó el día en que descubrí que podía hacer justicia con mis manos, pero eso es otra historia.
Hago los deberes y les cuento.

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