viernes, 4 de abril de 2014

¡Cuidado con la nena! Al psicólogo...


Cuando llegó el jueves yo estaba tan enojada que era un volcán en erupción, una fiera a punto de atacar, un colmillo afilado dispuesto a clavarse donde fuera necesario. Tenía que ir al psicólogo, era lo último que podía esperar. Ya no era suficiente que el tarado de Dami se perdiera en los ojos de la pelotuda cara de coneja, ni que la aparición de la mencionada nos hubiera roto todos los esquemas. Además de todo esto, en mi casa habían decidido que yo necesitaba tratamiento psicológico. El mundo giraba al revés, era como el tango aquel que hablaba de la Biblia y el calefón, uno que aprendimos para el último de los festivales que preparamos para juntar plata para la escuela, Cambalache se llamaba. Y sí, la pendeja rubia nos había dejado una flor de cambalache.

Arrastrando los pies y decidida a defender mi causa llegué de la mano de mi mamá a un edificio con ascensor antiguo en el que subí recordando el asesinato de Muma, perpetrado poco tiempo atrás. Pensé qué fácil sería todo si pudiera resolver mis temas de la misma manera con Karen. Me desplomé en un sofá, mientras la secretaria recepcionista apuntaba mis datos en una ficha. El sofá resopló y encontré que el sonido semejante a un gas era divertido en el silencio de la sala, así que subí y bajé varias veces provocando el bufido gaseoso con mi movimiento, hasta que mi mamá me dirigió una mirada casi metálica, de esas que no necesitan palabras que suenen en un acorde con el pensamiento. A los pocos minutos salió mi psicólogo, me miró y me dedicó una sonrisa. Y escuché que le comentaba a mi mami:

  —Hola, comenzamos hoy, ¿verdad?

  —Sí  —dijo mi mamá dándole la mano—, esta es mi hija —y me señaló como se señala un tomate maduro en la verdulería.

  —Hola linda, ¿pasamos? —dijo abriendo una puerta lacada que mostraba un consultorio moderno— Miren, hoy vamos a hacer un test, es un juego muy sencillo. Yo te voy a mostrar unas cartulinas con dibujos y vos me vas diciendo qué ves; luego te haré unas preguntitas. ¿Entendido?

Dije que sí con la cabeza, pero por dentro ya estaba armando mi estrategia para que mi flamante terapeuta me declarara retrasada o imposible. Al final es lo mejor que te puede pasar, que los demás crean que sos lenta mentalmente, que no hay nada en tu cabecita hueca. Tengo que reconocer que el tipo parecía listo, eso iba a complicar mi trama, y además tenía a mi progenitora al lado como una leona a punto de morderme. Bueno, la lucha nunca es fácil, pero lo intentaría. No me iba a pasar todas las semanas viniendo a ver a mi pelado psicólogo.

  —Bueno, vamos a ver, decime qué ves acá  —dijo mostrándome la imagen de un oso.

  —Un coche —contesté yo muy tranquila.

Sentí el rechinar de los dientes de mi mami, y pude imaginar cómo apretaba las mandíbulas, mientras con una sonrisa dulce seguía mirando al pelado.

  —¿Y en esta otra? —Dijo mientras desplegaba un avión delante de mis ojos.

  —Esto es una oveja —a esa altura el rechinar se había transformado en un murmullo que mi estrenado doctor sin pelo atajó como si de un gol se tratara.

  —Tranquila, tranquila, esto no es un examen del cole, si ella ve ovejas y coches vamos a aceptarlo, con calma.

  —Si es que lo hace a propósito, doctor; miente, inventa, es un diablo.

  —Es una nena creativa. Vamos a ver qué podemos hacer con la creatividad desbordante, pero siempre desde la calma y el cariño.

Debo decir que me corrió un escalofrío; el pelado me estaba jodiendo la jugada. ¿Creatividad y cariño? ¿Qué había desayunado, un litro de suavizante para la ropa? Ah, no, tenía que mover bien mis fichas. Y así fue, porque lo último que me propuso fue que hiciera un dibujo de mi mascota preferida.

Ya lo saben, ¿verdad? Dibujé a Muma, decapitada y sangrante.

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