lunes, 18 de noviembre de 2013

Anegados (Capítulo 6)

Entonces se abrieron las compuertas. Las de su mente y las de la presa. Y fue agua turbia con peces perdidos, niñez lejana con sabor a dulce de leche, canciones alegres con acentos de lejos, fue momento antes del ahogo y después del fin, fue soledad incierta e insegura, ingenuidad sin parámetros para entender lo pasado, fue muñecas de trapo y rayuelas eternas marcadas con tiza en la vereda , fue adolescencia y esencia adolecida, fue troncos húmedos, arcilla roja, pelo envuelto en barro, fue aroma de algas, sentimiento verde de final del juego, ahí arriba el cielo, ¿o es abajo?, todo revuelto, todo, hasta saber que no habría más besos, ni más oxígeno y ya no había nada que recibir, ni dar, ni nada por hacer. Y al fondo del todo estaba la piedra. ¿Cómo dio con ella? En su sueño sin aire de mujer asfixiada, creyó ver a unos seres con la piel oscura, y el pelo negro, casi desnudos, que la acompañaban hasta una ciudad debajo del agua, un reino escondido, un submundo olvidado pero vivo. La acompañaron a ella,  los otros permanecían desmayados en el suelo cubierto de arcilla y rocas. Le hablaron pero no les entendía, y aún así,  la eligieron. Y le entregaron la piedra. Nada especial, una piedra gris, con reflejos azulados que se le antojó tibia y latente. Lo siguiente que recordaba era nada. Una nada inmensa, oscura, una nada con eco, que repetía los vacuos sonidos acuosos que aún resonaban en su mente. Nada.

  —¿Estás bien? —escuché lejos la voz de Anchorena.
  —Sí, estoy un poco mareada.
  —Te voy a buscar un vaso de agua.
  —No, no se vaya, dígame qué pasó, yo no recuerdo nada.
Anchorena se sentó en un escalón, al costado de dónde me había escurrido y con parsimonia comenzó a explicar la historia:
  —Unos pocos fuimos la resistencia, el grupo que trabajó para que no nos hundieran el pueblo, pero el negocio era demasiado grande, los intereses económicos hicieron que la balanza quedara en nuestra contra , como siempre, y los que mandaban en ese momento, decidieron que molestábamos. Nos detuvieron de noche, vinieron armados como si fuéramos un comando y nos llevaron hasta la nueva presa hidráulica, nos arrojaron atados y luego sucedió lo inexplicable, Nora  —dijo bajando la voz en un susurro suave—, porque los cuatro sobrevivimos,  aunque a vos te costó mucho despertar, quizá porque fuiste la que llevabas en las manos “La Piedra”. La noticia quedó reducida a que un viejo loco había desaparecido en el agua pero había regresado sano y salvo. De vos y de los otros dos no dijeron nada, quedó todo tapado, escondido, disimulado con la inauguración del nuevo pueblo. Supe interpretar un tiempo el papel de abuelo desquiciado, de romántico idealista obnubilado por el paso de los años. Y la historia ahí quedó. A vos te trasladaron a un hospital de la capital y luego supimos que te habían llevado a Europa. Pensábamos que habías vuelto con una misión o con un mensaje. Pero enseguida nos dimos cuenta que no nos reconocías —dijo sacudiendo la cabeza como si esto último fuera imposible.
No sabía si estaba soñando o me habían drogado, o las dos cosas. Pero ¿y las imágenes que me habían pasado como una película por la cabeza? ¿las había inventado? ¿estaría, el señor mayor que parecía tan abatido ahora y al que nunca había visto, hipnotizándome, sin yo saberlo?. En todos los casos me sentía muy cansada y lo que no comprendía ni por un momento es cómo podía ser que en las fotos antiguas que colgaban en las paredes calizas del museo estuvieran la masajista,  el señor Anchorena, Raúl y yo misma, y  que el tiempo no hubiese  pasado para ninguno de los cuatro.

2 comentarios:

  1. Qué misterio con la piedra. ¿Será la piedra filosofal? ¿La piedra pómez? ¿Una piedra en el riñón de Anchorena? ¿O la piedra de costo que se ha fumado la pobre y por eso alucina...? Me tenés enganchado, che.

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  2. ¡Una piedra en el zapato! :) Si te engancho a vos, tengo el mejor de los premios.

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