jueves, 6 de marzo de 2014

¡Cuidado con la nena! El amor...

La noche pasada soñé que me gustaba Dami y cuando llegué a clase y lo vi (nunca lo había mirado así, con mis dos ojos abiertos en conexión con su existencia) me di cuenta  que el sueño era verdad. No entendí cómo era posible que no lo hubiese distinguido antes, visto así, con la sonrisa eterna en relieve y con los ojos azules, tan azules como marrones son los míos. Yo para él era transparente, no me veía, no me daba bola, era un pánfilo, ¡pero un pánfilo tan lindo!
Decidí que si no se había fijado en mí era porque no sabía que yo sí me había fijado en él, cuando él supiera lo que había descubierto cambiaría de idea rápidamente, y en qué mejor momento que el recreo, ese momento diáfano de invierno, en el patio congelado, donde el sol acariciaba el lado del mástil donde ondeaba la bandera, mientras que el gran árbol permanecía casi desnudo en un rincón  húmedo plagado de pájaros.
Lo vi avanzar por el centro del patio, y lo intercepté para decirle llanamente “me gustás Dami”. El pánfilo se puso colorado como un tomate y salió riendo bobamente hacia el lado contrario. Eso fue en el primer recreo. Estuve pensando en la clase de matemáticas, que la raíz cuadrada del desencuentro es no hablar el mismo idioma, que a lo mejor no me escuchó con el ruido de los gritos y las risas, y decidí que en el segundo recreo le contaría claramente lo que me pasaba.
Avancé por el área central a su encuentro, él realizó un quiebro cuando me vio venir y sonrió boludamente, aunque en sus ojos descubrí algo nuevo que les restaba color y los volvía un poco grises, algo semejante al miedo. ¿Podía ser que yo le diera miedo al “salame”?. Le hice una gambeta, me acerqué peligrosamente y la jugada casi fue de penal porque se cayó (¿o se tiró?) en el suelo con un ruido que sonó por encima del gran alboroto del recreo de las 10.15 horas que terminó con un timbrazo (tarjeta roja) para que todos volvieran a sus aulas, algunos incluso arrastrados sin ganas. Le pregunté si estaba bien, y él intentando disimular el labio medio partido y sangrante, dijo que sí. Rápidamente fue asistido y yo me quedé como si hubiese perdido un gran  partido de la final del mundial o algo parecido. En la clase de ciencias, mientras diseccionábamos  una rana, programé que si Dami no había sido trasladado al hospital, lo volvería a interceptar, con un poco de suerte sin gritos, sin risas y sin sangre, quizás cuando fuera al baño, por ejemplo. ¡Ay esos baños que no tienen inodoro! Recuerdo que en mi primer día de clases me hice encima por no asomarme a esos agujeros infinitos que parecían monstruos a punto de tragarnos. Menos mal que Dami no estaba en aquel curso. Me piyé en la fila de salida, de pie, sin decir nada...bueno bah... llorando a todo trapo como una boluda. Si nadie se lo contó, mi dignidad romántica estaría a salvo. Pero ya es sabido que siempre hay algún perejil que habla de más. Con un poco de suerte los perejiles tendrían poca memoria y yo permanecería con mi pasado seco. Tal como hacía el perrito de Pavlov (según la seño, uno que babeaba porque pensaba en comer, como yo cuando veo el chocolate) al escuchar el timbre de las 11.45 horas salimos como los animales salvajes de la sabana africana, levantando un revuelo de polvo blanco de tiza, espantando a los pájaros del patio, exhalando un vaho cálido de nuestras sonrisas ansiosas por jugar, por correr, por sentirnos libres. Mi respiración se agitaba también por la misión pendiente. Salté con el pelo alborotado para decirle a Dami que me gustaba. Lo encontré en la parte oscura del patio, al costado del gran árbol, y no estaba solo. Estaba al lado de una explosión capilar rubio-dorado, en la que los rayos de sol jugaban a pesar de estar en el costado húmedo, invernal. Karen Bertuchelli sonreía como lo había hecho la rana al diseccionarla en la clase de ciencias, la piel de las comisuras se estiraba hacia atrás sin ninguna emoción ni simpatía. Algo le estaría diciendo el “salame” que a ella le hacía esa gracia sin sustancia, mostrando sus paletas de coneja maldita. Me frené antes de que me vieran y fui a la biblioteca a tratar de dominar a los demonios que se apoderaban de mí una vez más, intentando entretenerme en elegir algún libro, y dejando de lado la idea de recuperar el escalpelo afilado con el que habíamos cortado la piel verde con manchas oscuras y comprobar si lograba el mismo efecto en la piel blanca, pecosa, perfecta de la pelotuda, Karen Bertuchelli.



3 comentarios:

  1. Seguro que Dami caerá al final hipnotizado por los dulces labios de la Nena...Dale, Dale...

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  2. Hipnotizado o mordido...vaya a saber...Da miedito ¿verdad? ;)

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