jueves, 13 de marzo de 2014

¡Cuidado con la nena! Karen


Claro, se preguntarán quién es la boluda esa, la rubia linda con dientes de coneja. Yo también me lo pregunté cuando la vi llegar a clase el tercer día después del retorno de vacaciones. La seño le rodeó los hombros cariñosamente con un brazo y nos la presentó:

  —A ver, chicos, si se callan les presento a la nueva compañera —el rumor no cesó de golpe, no es nuestro estilo hacer caso de lo que nos piden a la primera, pero enseguida se hizo presente la curiosidad—, Karen viene de otra escuela y de otro barrio, así que le damos la bienvenida por partida doble, sentate querida —le dijo la seño empujándola suavemente—, en aquélla mesa tenés un lugar.

Supe enseguida que a todos los chicos les gustaba Karen, ¿Por qué lo supe? Porque habían hecho silencio en un tiempo récord, porque estaban atentos sospechosamente con una apertura ocular impropia e inesperada y porque, algo inédito, los descubrí haciéndose gestos entre ellos. Los gestos hacían referencia a cierta parte anatómica que resaltaba más que las paletas que asomaban como dos chicles suicidas entre sus labios. Sí, Karen Bertuchelli tenía tetas. Y eso era una asombrosa y llamativa novedad. También tenía ojos azules, el pelo rubio y rizado. Y era linda, en general, la pelotuda era linda, no lo podía negar ni obviar. Las demás nos volvimos transparentes, insonoras, insulsas, invisibles. A partir de aquel momento odié a la pendeja perfecta. Me quedaba una esperanza, una última oportunidad de recobrar la fe en la justicia, y esa esperanza era que fuera tonta. No fue así, sabía de todo, sus trabajos eran los más prolijos y prolíferos, cantaba bien, era una deportista eficiente cuando hacíamos pruebas de atletismo, tenía la mejor ropa y todo le quedaba perfecto. Así que no había esperanza. Había dos caminos, aliarse con ella para intentar recobrar cierta superficie visual en el campo de los chicos, o ser su enemiga acérrima. Mi dignidad no me permitía aliarme con semejante proyecto de diosa, así que levanté mi espada imaginaria, me puse mi pata de palo y declaré la guerra incondicional a la pendeja cara de coneja. Pero, ¿qué podría hacer? Meditando recordé mis pasos básicos, mis comienzos de cierta habilidad estratega. Esos principios se generaron con la aparición de mi hermano menor. Al principio no consideré que pudiera robarme la candidatura a ser “lamáschica”, durante un tiempo fue una masa fusiforme de carne llorosa que comía y dormía y lloraba, no más que eso. Pero cuando comenzó a gatear y a pedir con sonidos guturales la situación cambió. Se transformó en un tormento competitivo, la gente lo miraba a él, le sonreía a él, le decían cosas a él. Yo comencé a tener más responsabilidades y las culpas de todo lo que sucedía de manera incorrecta o sospechosa, objetos rotos incluidos. Así que tomé medidas de manera directa, sin intermediarios. Mi hermanito, al que quería mucho, no vayamos a confundirnos, tenía que saber que yo era su hermana mayor y que era la que mandaba en aquél municipio que era nuestra casa. Al principio me costó un poco, ya que no teníamos mucha diferencia de edad, yo lo superaba en 17.520 horas vividas de antemano (cómo rompe las bolas el tema matemático, ¿verdad?) y él se destacaba comiendo mucho más que yo, un viejo tema comparativo que me tenía refrita.

  —Comé un poquito más, una cucharada solamente.

  —No, no quiero más ma.

  —Mirá, tu hermanito, al final se va a volver más grande que vos.

Y sí, la bestia comía mis platos y los suyos, y poner las cosas en orden me costó mucho, no era fácil tirarle de los pelos y esquivar cachetazos y mordiscos. Pero con habilidad estratega más que con fuerza le gané la partida. De la misma manera que tendría que hacer con Karen Bertuchelli. Eso sí, había una diferencia: a Tito nadie le haría daño si yo lo podía evitar, no en vano era mi hermanito menor; en cambio, a la Bertuchelli no la iba a salvar ni el conejo de Alicia en el País de las Maravillas.

 

3 comentarios:

  1. Siempre hay un pelotudo en clase que lo sabe todo y lo hace todo perfecto. ¡Sin piedad para la Bertuchelli! ¡Que le rapen su pelo rubio al cero! ¡Y al zanahorio también, ya puestos! :)

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    1. ¡Ojo! que después es posible que batalle con los profes...;)

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  2. Algo me dice que Bertuchellí y la Nena acabarán siendo intimas...Dale dale

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