jueves, 15 de mayo de 2014

¡Cuidado con la nena! Abuelito

Supongo que conocen Tigre, pero por si alguno todavía no lo visitó, yo les cuento. Es la ciudad que  flota sobre  la muerte del río Paraná en brazos del río de la Plata, los cuales  forman infinidad de islas con sus puertos para que las lanchas puedan atracar. Entre el verde explosivo hay mosquitos que tienen los dientes tan grandes como las fauces del felino que le da nombre al sitio. En Tigre la gente se mueve por el agua, como en Venecia, dice abuelito. Él no es de Venecia, pero viajó mucho y sabe de lo que habla. Fue marino mercante, en mi familia dicen que en cada puerto tenía una novia o amante, incluso escuché susurros de posibles hijos, o sea que puede que haya tíos míos en África, en América y hasta en Asia. Yo me estiro los ojos paralelamente al suelo ante el espejo, y podría pasar por china. Pero es posible que en un lugar recóndito ya haya una chinita parecida a mí con la sangre italiana de abuelito, la misma sangre que chupan los mosquitos del sitio que les estoy contando.
El asunto es que un sábado, la novia repila de mi abuelo sugirió que podíamos ir los tres a pasear juntos en algún catamarán de esos que te llevan a dar una vuelta por el Paraná, para que veas el skyline de la ciudad y sientas el oleaje y el reverberar de las aguas plateadas a la  luz del sol. A ver, plateadas es un decir, porque el agua es más bien marrón caca y está contaminada, ya que hay carteles de “mejor no se bañen”, será para parecernos más a Venecia, dice abuelito. Aunque el agua no sea cristalina, siempre tengo un momento romántico cuando voy a Tigre, y me imagino viajando en un barco incansable, visitando lugares inhóspitos y lejanos, y enamorando con mi acento argentino a chinos, negros y americanos por igual. Lo de los hijos no lo incluyo, porque navegar embarazada no debe ser cosa fácil, así que me lo ahorro. Entre aventura y aventura, entre sueño y sueño, tuve la genial idea de preguntarle a abuelito:
  —El otro día escuché hablar a los viejos de vos y decían que fuiste un mujeriego, ¿qué querían decir?
  —Nena, a vo te piache molto preguntare cosa de adultos, por qué no mirás el paisaje. —dijo abuelito mientras me empujaba hacia la proa del catamarán— Dejanos tranquilos un ratito.
  —No, contestale a la nena, no seas así, Tano —le dijo Estelita muy interesada—. ¿Qué escuchaste de tu abuelito, querida? —Dijo la novia pila haciendo un ademán de reclutarme como si fuera una espía judía en la Alemania nazi.
  —Bueno, dicen que le gustaban mucho las mujeres, que tenía hijos en todos los puertos. ¿Qué querrán decir con eso, abuelito, eh, eh?
  —Ay madonna santa, quel modo di parlare scioccamente, yo sono un santo, nena.
  —Un santo, un santo, Tano, tenés que reconocer que fuiste un poco cabeza loca —añadió la novia, como con ganas de constatar lo que había imaginado de su amado.
  —¿Questa prova, è un giudizi?
  —Mirá, te pusiste nervioso, porque fíjate, estás hablando en italiano; contestale a la nena, ¿tenés hijos por ahí?; hijos o mujeres, claro.
El tono se estaba poniendo un poquito subido, y el ambiente un tanto seco, aunque el agua nos rodeara y la humedad formara un vaho constante a nuestro alrededor.
  —¿Y qué más da lo que hiciera si è parte del passato, cuore mío? —dijo abuelito en su tono seductor, con el que demostraba volver a tener la pelota en su campo.
Pero entonces sucedió. Del fondo del catamarán surgió un grupo de “chicas” que, sin ningún tipo de filtro, se acercaron efusivamente preguntándole a abuelito cuándo repetirían la fiesta loca en la que lo habían pasado tan bien, y por supuesto se preocuparon por la recuperación del momento beodo que mi antecesor había sufrido. Obvio, abuelito comenzó a chapurrear más italiano que nunca y no tuvo manera de zafar del despelote que se le había formado. Estelita tenía una cara de culo que iba del verde oliva al azul cobalto y no era por el reflejo de las aguas cristalinas. Cuando las chicas lo dejaron tranquilo, porque se iban todas al Casino, pregunté inocentemente:

  —Che, abuelo, ¿son amigas tuyas estas locas? —A lo que me respondió sacando un billete del bolsillo.
  —Nena, sciocca, andá a comprarte un heladito y dejá de romper las bolas, querés.

En la isla en que habíamos desembarcado había una hamaca, y mientras saboreaba mi helado, veía los recursos de mi abuelito para convencer a Estelita de su inocencia, qué culpa tenía él de ser tan pero tan lindo e interesante. A lo lejos vi el parque de atracciones, con la vuelta al mundo recortándose en el horizonte, y pensé que me acercaría a la romántica pareja para hacer un par de preguntas más. Me encanta salir de excursión con abuelito, todo son ventajas para mí.





3 comentarios:

  1. ¿Podria ser Karen otra nietecita del abuelito, fruto de uno de sus locos encuentros más allá de los mares?

    ResponderEliminar
  2. Yo de mayor quería ser el padre Julio Iglesias, pero ahora quiero ser el abuelo Tano...

    ResponderEliminar
  3. Cuidado con el abuelo...ya veremos si seguís pensando igual...;) Le pregunté a la nena si pensaba que Karen pudiese ser una prima y me invitó con unas galletitas un tanto sospechosas...:)

    ResponderEliminar