miércoles, 22 de mayo de 2013

Scanner

  —¿Lleva líquidos en la maleta? ¿Cremas? ¿Ordenador?
  —No, las cremas son del tamaño reglamentario, ¿las quiere ver?.
  —Sí, por favor, abra su equipaje.
  —Aquí están, en la bolsa transparente, es de la medida correcta.
Mientras le iba diciendo esto al policía, restregaba mis pies contra mis gemelos, ahora uno, ahora otro, en un vaivén inquieto. El suelo estaba frío y mis botas permanecían moribundas en una bandeja a punto de escanearse.
  —Ya puede pasar.
Nunca había pitado la alarma cuando pasaba por el control, siempre fui muy correcta a la hora de no llevar cosas metálicas. Y poder pasar por el escáner, sin posterior revisión cual sospechosa, me parecía un triunfo y un alivio.
Hasta hoy.
Hoy la alarma sonó, ante mi sorpresa.
  —Levante los brazos, por favor —dijo la policía mientras enarbolaba el aparato detector de peligrosos elementos-, ahora gire —y mientras tanto iba pasando sus manos por mi cuerpo, palpando posibles armas o bombas—. Nos va a tener que acompañar, estamos interrogando a su marido.
  —¿A mi marido? Perdone, no estoy casada, y aparte viajo sola, se equivoca  —le dije mientras me ponía mis botas y dejaba de sentir el suelo helado en mis pies.
  —Pues aquel hombre nos ha dicho que usted es su mujer y que la está esperando.
Miré hacia la dirección señalada y divisé a un hombre desconocido, que me sonreía.
  —No conozco de nada a ese hombre, y repito, no estoy casada.
  —Señora, lo que ha hecho sonar la alarma es su anillo, y si no veo mal, es un anillo de casada, ¿no?;
Miré mi mano, y ahí lo vi. Un anillo de oro. Que no había existido nunca.
Mis latidos eran un bombardeo en mi cabeza, estaba sudando, no podía pensar.
  —Insisto que tiene que haber un error, no conozco de nada a ese señor.—y mi voz salía como apretada, mientras miraba, atónita, a aquel individuo que parecía no perder la sonrisa. Dudé de mi estado mental, y por un momento, sentí que el pánico me invadía.
  —Acompáñeme, solamente le haremos unas preguntas, no se preocupe.
Caminé sin fuerzas, arrastrando mi valija y mi abrigo, y me hicieron pasar a una sala.
No lo recordaba, no lo conocía, no sabía de qué se trataba lo que estaba sucediendo.
Me dejaron un momento a solas con él.
  —¿Quién es usted, qué quiere de mí? —le pregunté angustiada.
  —Todo tiene una explicación, pero te costará entenderla.
  —Acláreme, por favor, estoy muy preocupada, —casi le rogué.
  —Ahora no me conoces, pero me conocerás, me pediste que te buscara, y así lo estoy haciendo. Perderás el avión. Pero nos conoceremos antes de tiempo, antes del tiempo que nos tocaba. Así que; se trata de que creas en lo imposible, y te dejes llevar.
 —¿Y el anillo? Yo no tenía anillo.
 —El anillo siempre lo has tenido, solo que recién hoy lo puedes ver.
Entró el policía, interrumpiendo la conversación, y me hizo el cuestionario, si era turista, por qué venía, dónde iba a parar, si tenía algo para declarar. Del desconocido, no me preguntó nada.
Luego me dejaron salir. A él ya no lo volví a ver.
Cuando llegué a la puerta de embarque, mi vuelo ya había salido.
Me lo cambiaron para seis horas más tarde.
Cuando subí al avión, en la cabina, el comandante a bordo me sonreía. Me quedé quieta sin poder procesar lo que me pasaba.
No supe desde cuándo. Pero si supe, con absoluta certeza, que lo conocía desde mucho, muchísimo tiempo atrás.
O quizás me equivocaba, y fuera mucho, muchísimo tiempo... adelante.

2 comentarios:

  1. Lo que me pierdo por viajar en tren... ¡La próxima vez saco billete de avión low cost! ;)

    ResponderEliminar
  2. Haz la prueba y verás, el aeropuerto está lleno de gente que Dios puso en la Tierra para fastidiarnos la vida...eso sí, no siempre lo consiguen.

    ResponderEliminar