lunes, 11 de marzo de 2013

La consulta.

-Te puedes quitar la ropa, ahora vuelvo.
En un momento como éste es cuando piensas en diseño de ropa interior, depilación definitiva, cirujanos plásticos y un sinfín de cosas más.
Lo conocía hacía tiempo y siempre lo había encontrado atractivo, simpático, magnético. El tipo de hombre, que cuando lo ves, se te nubla un tanto la vista, te produce un vahído, un mareo imperceptible.
Nos dábamos dos besos y nos deséabamos los buenos días, que en mi fantasía se transformaban en buenas noches, buenísimas, si fueran a su lado. Y su perfume. Siempre olía bien.Un regalo a los sentidos a primerísima hora.
Por eso cuando me derivaron a su consulta no lo podía creer.
Así que en ropa interior, parada en medio de la sala, lo esperaba. Diminuta, entusiasmada, avergonzada, inquieta, tímidamente seductora.
La primera sesión duró dos horas y media. Cuando salí a la calle no entendía muy bien que me había pasado ni dónde estaba. Caminaba por la ciudad en un estado de embriaguez no alcoholizada. Y en mi pelo quedaba la huella olfativa de su perfume. Sus manos me habían estirado, crujido, acomodado. Me había transportado, transformado. Fue como una coreografía ajustada en todos sus movimientos, o como una filarmónica sonando acompasada.
La energía hormonal liberada se expande y atrae. La gente me miraba al pasar, los hombres con cierta codicia libidinosa, las mujeres con reconocimiento o con sorpresa.
También es cierto ,que en el frío de una noche de noviembre, ver una mujer con la cara enrojecida, con una sonrisa atravesandole la cara y olisquéandose el pelo con ansia, sería razón suficiente para llamar la atención. Pero había algo más. El perfume del deseo. Eso, imperceptible, llega, seduce, estremece.
Hubo más sesiones. A la tercera me pareció que se sentía atraído por mí, pero me reí de mi inocente esperanza.
A la cuarta la atracción fue declarada mutua.
Es maravilloso cuando desaparece el mundo y sólo quedan los sentidos. Cuando es la piel la que dirige, las manos las que trazan los puentes, los caminos en el cuerpo. La respiración se transforma en susurros, casi gemidos, ahogados. Las bocas que se buscan sin pausa, ávidas, mientras descubren la suavidad de los besos estrenados. El calor derritiendo los límites, los límites desapareciendo. Y todo es un momento, y es eternidad, y es un segundo o la vida entera.
Aquél día no me fui caminando. Aquél día los mortales, transeúntes normales caminaban, conducían, iban o venían. Yo levitaba. Se abría paso el mundo ante mi. Ese día me nombre diosa, me sentí diosa, fuí diosa.No me reí de mi misma. Sonreí.
Fue un día inolvidable, irrepetible.
Pero todo se acaba.
Ahora espero en la consulta, sentada en cualquier rincón. El no me mira, no me habla. Se lo he explicado mil veces. Pero él no me escucha.
Porque aquél día, yo, diosa, levitaba en la felicidad absoluta.
Aquél día no lo vi venir, no lo oí.
Y aunque fue el dia que me sentí más poderosa no pude frenarlo.
Aquél día fui diosa y dejé de serlo.
Aquél día, no pude frenar el tren.

3 comentarios:

  1. "aquel día" puede repetirse cualquier otro día, en cualquier otra "consulta", diosa.

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  2. Y dices que el teléfono es 93......

    Venga canta!!! ja,ja.

    Me ha encantado. Felicidades.

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