domingo, 21 de abril de 2013

Círculo de vida

Es extraño, como a veces creemos saber lo que vemos, o creemos conocer a las personas, incluso a nosotros mismos.
Es como proyectar una película y ser los directores. O ser narradores omniscientes, casi dioses poderosos. Sabemos, creemos saber, lo que piensan los otros, lo que sienten los otros. Incluso estamos convencidos que somos ésta sumatoria de piel y músculos y huesos que cada mañana se levanta y realiza las tareas repetidas, rutinarias. Creemos dominar nuestros pensamientos y sentimientos. Somos ésto. Somos aquéllo. Fuímos y seremos. Soy así.
Subí al terrado y miré todas las ventanas abiertas de otra gente. Vi ropa tendida, ordenadores encendidos, retales de vidas. Me imaginé sus vidas, casi las olí. Creía estar siendo observadora. Pero descubrí que más arriba, un poco a la derecha y detrás, había alguien que me observaba a la vez. Yo, la observadora, era observada.
Y a la vez, un poco más a la izquierda, casi de refilón haciendo esquina, desde un tejado, alguien miraba como me miraba el observador y también me miraba a mi. Observada y observadora. Un círculo extraño. Pero ,¿y que más no veía?
Bajé las escaleras y me encerré en mi piso.
Es extraño que creamos que sabemos. Incluso es extraño que sepamos creer.
Es extraño cruzarse como desconocidos, en una calle, en una librería pero conocerse en la línea de tiempo, un tiempo más tarde. Creemos que somos desconocidos, pero no lo somos, aunque nunca nos conoceremos del todo.
Pensamos que estamos solos y alguien nos mira, y miramos pensando ver y estamos ciegos. Pero no estamos solos del todo, y no sabemos nada. No tenemos indicios, ni pruebas, de aquéllo que no somos capaces de ver.
Solamente por un rato, por un instante, en miles y miles de minutos, desconectamos de todo y quedamos desnudos en nuestra esencia. Sin poder describir, ni proyectar, ni darle explicación. Es un milagro pequeño, en el inmenso tiempo que transcurrimos sin luz.
En ese momento se nos ilumina la mente y sospechamos algo, abrimos más los ojos, dilatamos las pupilas, la piel se despierta y absorbe, intentamos atrapar los sonidos imperceptibles. Respiramos sin pensar, dejamos de creer que sabemos, nos sorprendemos de lo inédito e inexplicable, rompemos los moldes preestablecidos, sacamos cuentas infinitas de infinitas coincidencias que podríamos haber visto, y no vimos. Porque solamente en ese momento dejamos de ser ciegos, en el momento de saber que no sabemos, que observamos, pero nos observan, de que tocamos sin sentir y sentimo lo máximo si queremos. El tiempo corre diferente porque ya no es medido, porque desconocemos su medida. Como los niños, dejamos de medirlo por la cuenta de lo perdido, y lo medimos a la espera de lo maravilloso.
Es en el instante milagroso que sabemos que no sabemos, pero intuímos que estamos vivos. Sin saber cuánto tiempo porque ya no tenemos medida. sin saber que veremos porque no somos los únicos actores de la película que ya no dirigimos, porque  más allá, atrás y arriba, desde otro terrado, alguien nos mira, y aún no lo conocemos y quizás no lo conozcamos nunca. Pero ahora sabemos de nuestra ignorancia y nos regocijamos en la dulce sensación de descubrir la sorpresa del instante, del segundo, que intuímos, disfrutaremos. 
Ahora sabemos que no sabemos, pero esperamos ansiosos seguir descubriendo ese milímetro, ese segundo de éxtasis, ese momento maravilloso, de sabernos vivos.

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