jueves, 4 de abril de 2013

Giro de 180º

Esto es nuevo. No me había pasado nunca. Qué conociera la obra después que al artista. Y no hablo de un conocimiento con lujo de detalles, de ninguna manera. Pero tampoco un conocimiento de un saludo distante, o de un encuentro fugaz. Digamos que no conocemos a fondo a nadie, ni siquiera a nosotros mismos. Pero si que hay un terreno fértil en el que, has compartido algo con una persona, aunque sea un mínimo instante de conexión inexplicable, que puede darse por escrito, o por sensaciones, o simplemente por intentar encontrar aquéllos códigos que nosotros manejamos, una simbología conocida, algo que nos acerque y nos sirva de reconocimiento, hasta si me apuran, de uno mismo.
Lo cierto es que primero fue la presencia, luego el aprendizaje y las correcciones. Se filtraron las bromas, las frases con doble sentido, que a mí tanto me gustan, los juegos de palabras acompañados de risas. Después llegaron la disección del trabajo, de las ideas. La transfusión en sangre de experiencias y las reseñas de libros leídos.  La audacia, de mi parte, a exponerme y dar vuelta el plano, un giro de ciento ochenta grados. 
Saltamos tres pantallas, de lo desconocido a lo conocido con armadura y estructura definida de antemano por las circunstancias, llegando a la sorpresa por rotura de armadura o disolución de la misma. Algo así como desnudar por un momento, sólo por un momento, el alma.
Entonces conocí la obra.
Y sorprendida, pude entrever, escondido tras los personajes, al artista, como una sombra intermitente. Ciertas palabras, ciertos giros, ciertas reflexiones, las había oído, leído o presentido antes.
La sorpresa fue creciendo cuando, de manera mágica, también descubrí palabras mías, vivencias, sentimientos, hasta metáforas. Comparaciones, nudos atados y desatados de la imaginación. La mía.
Sensaciones verbales convergentes en un mismo punto.
La versión masculina de mi femenina fantasía. 
Giro de ciento ochenta grados.
Lo primero que pensé fue que, a lo mejor, el artista me conocía de antes que yo lo conociera. Pongamos por ejemplo, que supiera de mi existencia y sus vicisitudes ,sin yo saberlo, y hubiera decidido exponerlo por escrito en una novela. Me pareció imposible.
La segunda opción que barajó mi cerebro fue que se debiera a la casualidad. Una absoluta casualidad en el caos de la vida. La convergencia casual de imágenes, metáforas y disgresiones. Pero nada es casualidad en la vida. 
La tercera opción fue reveladora.
La tercera opción fue como despertar de un sueño y ver que la realidad no ha cambiado a tu alrededor.
Esto que he leído es mi historia.
Y me reconozco porque soy yo la protagonista.
Y no es una biografía, no.
Soy uno de sus personajes. Por eso hablo con sus palabras y comparto recursos literarios. Me balanceo entre los renglones, y espero, abrazando a las consonantes, que me dibuje un futuro capítulo. Descanso, con mi cabeza apoyada en las vocales, desordenadas cuando nadie las lee, a que me ponga en marcha como una marioneta eterna. Ahora comprendo la soledad que me invadía en tantos momentos. Cuando deja de inventarme caígo en un estado de inmovilidad aburrida.
Navego en el océano de su tinta y de su brillante imaginación.
Soy la versión femenina de su masculina fantasía.
Dependo de su compasión, de su beneplácito para seguir existiendo.
Puede forjarme una historia eterna con poderes superiores y eterno reinado.
Puede hundirme en los más bajos tugurios, sórdidos y salvajes.
Sólo espero, sueñe un desenlace dulce y tranquilo, que me permita sentir placeres insólitos y abrumadores, que me haga reinar sobre la faz de la tierra.
Aunque, al final de las letras, en la última de las páginas he visto el filo de un cuchillo. Y en la últimas líneas me ha parecido asomarse entre puntos y comas,  la sombra de un asesino.
Así que, aquí espero, recostada entre adjetivos y verbos, que mi escritor quiera darle un cambio a la historia.  Que mi artista sueñe un capítulo que me resucite o me reinvente antes del punto final.  O que la magia haga su juego y sea yo la que escriba y mi autor el que quede enredado en las líneas y letras, esperando la decisión de mi último sueño.
Un giro de ciento ochenta grados.

6 comentarios:

  1. Textos como éste justifican que uno se dedique a este oficio, a veces ingrato. Y tú te mereces un abrazo de 360 grados. ;)

    ResponderEliminar
  2. No hay lugar para un ego tan grande como el mío al leer tu comentario. Gracias...

    ResponderEliminar
  3. Y lo mejor de todo es que tú has disfrutado enormemente leyendo el libro, te ha inspirado para escribir esta belleza de relato, y yo me beneficio del escritor y de la musa que se ha desprendido de sus palabras para darte de lleno en el corazón.

    ResponderEliminar
  4. La musa te agradece, y yo ...ya sabes Amparo, sin palabras...

    ResponderEliminar
  5. Felicidades cariñet!
    Eres buena, muy buena.... Realmente, GRANDE!!!

    Un beso enorme.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ana...estás influenciada por el yoga day en el hotel Wela...jajaja..gracias!

      Eliminar