martes, 23 de julio de 2013

Cuádriceps (capítulo 3)

La amistad de Miguel y Paco había crecido entre ladrillos y cemento. Eran paletas y hacía mucho que compartían obras e historias. La cosa se había puesto complicada con la crisis, pero ellos iban tirando. Así que cuando les dijeron que tenían que ir a un gimnasio a realizar unas reformas, fue toda una alegría. El grupo de trabajo estaba compuesto de seis o siete compañeros, y solamente ellos dos se conocían. Luego estaban los dos moritos, el peruano y el cachas de Cornellà. De vez en cuando aparecía también el electricista, un tipo cachondo al que llamaban “Elchispas”. Él fue quien les informó del punto G.
Habían terminado de comer sentados entre pilas de maderas, piedras y polvo y habían comentado lo bien que estaban currando en un gimnasio. Disfrutaban de la observación de  cuerpos de todo tipo: los que se apuntaban para mejorar, los que estaban lejos de lograrlo, los que no lo lograrían nunca o desistirían pronto en el intento, y los que ya  habían alcanzado la meta, porque la madre naturaleza les había dado la llave en formato de código genético, de cuerpazos de infarto. Obviamente sus comentarios estaban llenos de conceptos más terrenales y de detalles más visuales.
“Tetas” era una palabra que se repetía en la conversación, seguida por “culos”, de forma casi paralela. Todos estaban muy emocionados, de cintura para abajo, y lo manifestaban en sus tertulias de descanso, aunque sabían que mientras estaban trabajando, no podían más que mirar de forma discreta, porque eso les había pedido, encarecidamente, la dirección del club. Discreción, seriedad y profesionalidad. Y ellos de eso estaban sobrados. Pero de hormonas también. Así que lo recopilado durante la jornada se exponía en esos momentos muy masculinos de poner en relieve lo que más relieve tenía, o sea culos y tetas , o tetas y culos, que en este caso el orden de los factores no altera el producto, más bien los únicos alterados eran ellos.
En eso estaban, comentando los palmitos vistos y reconociendo que ellos, a base de subir escaleras, cargar pesos, excavar  paredes, hacer mezclas y demás , pues no estaban nada mal. Vamos, que la gente iba al gimnasio a desarrollar lo que ellos desarrollaban currando sin parar,  y a sudar, lo que ellos sudaban sin querer.
Luego,  con sutileza relativa, analizaban la homosexualidad latente en el mundo fitness, y  lo comentaban con timidez, porque no tenían claro si el cachas de Cornellà era gay,  o simplemente su parquedad respondía a la sencilla escasez verbal, y por eso no hablaba de los culos y las tetas documentados día a día. Pero no se la iban a jugar, porque el cachas era enorme y no lo querían cabrear. Con ellos no se metía, y con eso y con lo que sacaba de curro pesado, ya tenían bastante. Aparte habían hablado con gente que curraba en el gym, y aunque no lo sabían con certeza, intuían que varios de los que mejor se enrollaban eran de la acera contraria. Por ejemplo, estaba ese Manu, el entrenador personal. Un tío de lo más raro. A momentos parecía gay y a momentos se quedaba a mirar una tía con el mismo grado de embobamiento que mostraban ellos. Bueno, había gente a la que le gustaba todo. Suerte para ellos, que mejor que poder escoger de un lado y de otro.  Estaba todo bien. Hoy en día era normal. La libertad les parecía perfecta. Aunque a ellos que no les tocaran los cojones, por supuesto.
Cuando los moritos, el peruano y el cachas se fueron a tomar un café y a fumarse un cigarro, “Elchispas” les comentó lo que había descubierto haciendo las conexiones eléctricas en el falso techo de los vestuarios.
Resulta que había un punto G, como lo llamaba él. Un punto que servía de observador de los vestuarios y las duchas, tanto femeninas como masculinas. Un rincón minúsculo entre paredes y techo falso, que podía dar albergue a dos personas que muy quietitas podían mirar, sin ser vistos. Miguel y Paco tuvieron una manifestación corporal, inmediata y visible, en la entrepierna. Preguntaron a “Elchispas” si alguien más lo sabía , y como la respuesta fue negativa, decidieron hacer un pacto. Disfrutarían por turnos del sitio secreto de observación. Claro que necesitarían alguien de confianza que los dejara salir de noche por la puerta principal, que funcionaba con códigos relacionados con las huellas digitales de cada cliente. De día, poco podrían hacer si estaban currando. Pero cuando terminaban su jornada de trabajo, a partir de las siete y las ocho de la tarde, podrían darse un merecido regalo a la vista, al cuerpo y a la imaginación.
Pensaron que a lo mejor, el tío que más les cuadraba para hacer un pacto era Manu, el entrenador personal.

2 comentarios:

  1. Creo que empiezo a comprender por qué entró en crisis el sector de la construcción...

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  2. El sector de la construcción va íntimamente unido al cuidado de la autoestima del mundo femenino...;)

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