martes, 2 de julio de 2013

Mojito

Llegué temprano a la playa. Temprano para elegir sitio y para estar apartado lo máximo posible de todo tipo de ser humano. Si hay algo que me gusta es la paz de la soledad, el sonido de las olas, yendo y viniendo. El mar me relaja.
También he de decir, que como soy corto de vista, estar lejos de mujeres en topless o desnudas, me asegura seguir relajado. Porque hay momentos que permanecer inalterable, equilibrado y socialmente adaptado, me cuesta, con tanta belleza suelta. En los casos en que la desnudez no responde a los cánones de lo bonito, también suelo alterarme, por otros motivos ,claro, y con otras consecuencias.
Así que, elegir mi metro cuadrado, el adecuado para extender mi toalla, es vital. Intento estar en la dirección correcta en cuanto al sol, cerca de la orilla para remojarme si el calor me achicharra. Es agradable extenderme a lo largo en la arena caliente, dejando que la brisa me recorra y abandonando mis ideas a la suerte, sin retener los pensamientos, sin concentrarme en nada más que en el rumor insistente de la marea.
De ésta manera estaba ayer, tan a gusto.
El primero en retirarme de mi paraíso personal y exclusivo, fue un vendedor de mojitos. Con la piel cetrina, con unas manos lejos del concepto de la higiene personal que yo tengo, me enseñaba una bandeja de poliespan llena de vasitos de plástico con un brebaje que llevaba incluido una hojita verde menta. Estaba seguro que si plantaba la menta debajo de la uñas tendría una producción asegurada, tal era el grado de acumulación de tierra y/o desechos varios, de orígen desconocido. Algo así como el humus, y entenderme bien, humus como estrato de tierra muy fértil, y no con doble "m". Atrás le perseguía una china que me ofrecía un masaje, y más atrás otro personaje como el del mojito, pero que me ofrecía un pareo que flotaba ante mis ojos, floreado y con flecos. Mientras me preguntaba de donde habrían salido todos éstos individuos, negaba con la cabeza, dejando claro que no iba a comprar ningún objeto ni servicio. Aunque hubo un momento que me imaginé retratado con un pareo colorido, con una china masacrando mi espalda mientras en mi mano se derretía el hielo entre la menta del mojito, "menuda foto si la pudiera hacer de lejos", pensé. De muy lejos. Doscientos metros o así,  para después colgarla en el Facebook. Habría gente que hubiera pensado que estaba en Indonesia o Tailandia, seguro.
Me volví a extender a lo largo de mi toalla, ansiando recuperar el sendero del abandono físico y mental.
Un escarbar en la arena, que presentía por lo sonoro pero también por la desagradable lluvia de granos dorados que aterrizaban sobre mi cara, me sacó nuevamente de mi viaje interior. El paki de los mojitos, escarbaba el suelo y dejaba su tesoro bajo tierra. Una botella de ron.
Que yo recordara, al último que había visto escarbar así en la tierra, fue a mi perro, en mi infancia. Y era para enterrar huesitos o panes que no le apetecían en aquel momento.
Quizás fuera por el calor del sol, quizás por el continuo paso de la vigilia al estado de ensoñación, lo cierto es que todo me parecía extraño. ¿Cómo encontraría su tesoro en la extensión de la playa?. Si la gente de alrededor se movía ¿Qué referencia tendría el buen hombre para encontrar su huesito-botella ron?.
Cada vez me costaba más pensar, por lo que al sentir una sombra, creí firmemente en una nube o una gaviota gigantesca que se cruzaba sobre mi cabeza. Pero no.
    —Hola guapo, ¿puedo sentarme aquí, a tu lado?.
Cuando intentaba contestar, ella/él ya se había acomodado en una toalla monísima al lado de la mía. Era enorme, tenía unos pechos talla XXL y enseguida los esparció delante de mí.
Debo reconocer que tuve un ataque de pánico. Yo buscaba la tranquilidad y la soledad relativa de una playa en verano. Pero esto parecía una manifestación de personajes extraños en un metro cuadrado.
Me despedí de mi nuevo amigo/amiga con amabilidad, justificando mi abrupta partida, como si me sintiera culpable de retirarme.
También pensé en la botella de ron, que posiblemente quedara enterrada para siempre, al irme sin dejar referencia para el vendedor de mojitos.
Al recoger mis cosas, escuché el clic de una cámara que me fotografiaba. No me quise girar a mirar.
Me imaginé, me intuí, me presentí, en el facebook de alguien, que a lo mejor diría que estaba en Indonesia, o tal vez en Tailandia, con un pareo florido, una china masajista, y una nueva pareja, brindando con un mojito.

6 comentarios:

  1. Me siento identificado. Pero no te diré con cuál de los personajes... ;)

    ResponderEliminar
  2. jajaja...¿con la china de "masaaajeeee..." :)

    ResponderEliminar
  3. En verano relatos veraniegos, con este me he reído mucho, parece que con el calor apetece más este tipo de lecturas. Muy bonito colifata.

    ResponderEliminar
  4. Playa, Tailandia, mojitos, masajista china,... me recuerda a la carta de los reyes magos que nunca se me cumplió (bueno, aunque con la mala memoria que tengo, vete a saber)

    ResponderEliminar
  5. Mientras la memoria no te juegue una mala pasada, y no recuerdes al personaje que le saca la foto al protagonista...;) jeje!

    ResponderEliminar